José Antonio Kapelo: El nuevo rostro de la novela negra que da el salto a Estados Unidos

Escrito el 14/07/2025


José Antonio Kapelo ha irrumpido con fuerza en el panorama literario español, posicionándose como una de las voces más auténticas y contundentes de la novela negra contemporánea. Su trilogía Memorias de un narco español —compuesta por Padre: del seminario al narcotráfico, Bossi: Jaque Mate y la próxima Pablo, el mercenario de Dios— ofrece un retrato crudo, íntimo y brutalmente real del mundo del narcotráfico en España, lejos de los clichés y con un enfoque profundamente humano.

En la piel de Antonio, su protagonista, Kapelo nos guía por un viaje tan espiritual como criminal: desde la inocencia de un joven llamado a la vida religiosa, hasta su ascenso como uno de los narcotraficantes más temidos de Europa. Lo hace con un estilo directo, seco y cargado de tensión, que recuerda al noir más puro, pero con un sello personal que mezcla lo confesional, lo psicológico y lo estratégico.

Ahora, este autor almeriense de 50 años, apasionado por la literatura y protector de su familia, da el salto al mercado estadounidense con la ambición de conquistar nuevas audiencias. Sus obras, aclamadas por su ritmo adictivo y su autenticidad narrativa, marcan el inicio de una carrera literaria internacional que apenas comienza.



Tu trilogía comienza con un título impactante: Padre, del seminario al narcotráfico. ¿Cuánto de esta historia está basada en hechos reales y cuánto en ficción?

Es una pregunta que me hacen mucho, y siempre digo lo mismo: hay más realidad en esa novela de lo que a muchos les gustaría aceptar. 'Padre' no es una autobiografía, pero tampoco es una invención gratuita. Yo vengo de una tierra, Almería, donde el narcotráfico no es solo un rumor de periódico: es una presencia. He conocido a gente que ha estado al borde de ese abismo, y otras que se lanzaron de cabeza. El personaje de Antonio está construido con retales de muchas vidas —algunas ajenas, algunas muy cercanas, incluso alguna pincelada mía. El seminario, por ejemplo, no es una metáfora: yo estuve allí. Y el salto al narco, aunque ficticio, está contado con la verosimilitud de quien ha escuchado muchas confesiones, algunas dentro de un confesionario, otras en los márgenes de la ley.
Lo que hago en mis novelas es tomar esos elementos reales, vivos, y empujarlos al límite con la herramienta de la ficción. Así nace una historia que no pretende juzgar, sino mostrar. Mostrar cómo alguien que empieza buscando a Dios puede acabar pactando con el diablo. Es una pregunta que me hacen mucho, y siempre digo lo mismo: hay más realidad en esa novela de lo que a muchos les gustaría aceptar. 'Padre' no es una autobiografía, pero tampoco es una invención gratuita. Yo vengo de una tierra, Almería, donde el narcotráfico no es solo un rumor de periódico: es una presencia. He conocido a gente que ha estado al borde de ese abismo, y otras que se lanzaron de cabeza. El personaje de Antonio está construido con retales de muchas vidas —algunas ajenas, algunas muy cercanas, incluso alguna pincelada mía. El seminario, por ejemplo, no es una metáfora: yo estuve allí. Y el salto al narco, aunque ficticio, está contado con la verosimilitud de quien ha escuchado muchas confesiones, algunas dentro de un confesionario, otras en los márgenes de la ley.
Lo que hago en mis novelas es tomar esos elementos reales, vivos, y empujarlos al límite con la herramienta de la ficción. Así nace una historia que no pretende juzgar, sino mostrar. Mostrar cómo alguien que empieza buscando a Dios puede acabar pactando con el diablo.


¿Qué te llevó a escribir sobre el mundo del narcotráfico desde una perspectiva tan personal y profundamente humana?
Porque detrás de cada pistola hay una infancia rota.
El narcotráfico, tal como lo cuentan muchos medios o ciertas películas, suele quedarse en la superficie: violencia, dinero, poder. Pero a mí me interesa lo que hay debajo, lo que nadie quiere mirar. Escribir sobre el narco desde una perspectiva humana no fue una decisión estratégica, fue una necesidad. Yo he visto lo que hay detrás de esos rostros endurecidos: madres que lloran, niños que crecieron sin alternativas, jóvenes que querían pertenecer a algo, aunque fuera a una banda.
El personaje de Antonio no es un narco cliché; es un hombre que pudo ser sacerdote y acabó traficando. ¿Por qué? Ahí está la literatura.
Yo no escribo para glorificar ni para condenar, escribo para entender. Y entender a veces duele. Pero es ahí, en ese dolor, donde encuentro la verdad narrativa. Esa es mi brújula.
 



Antonio, tu protagonista, es tan carismático como peligroso. ¿Es un reflejo de alguien que conociste o un alter ego literario?
Antonio es un espejo fragmentado. En él hay pedazos de mucha gente que he conocido —algunos en los márgenes, otros en lugares supuestamente sagrados— y sí, también hay algo de mí.
No diría que es un alter ego, porque no comparto muchas de sus decisiones, pero sí comparto su lucha interior. Antonio es alguien que busca redención mientras se hunde más. Tiene carisma, sí, pero también una oscuridad que lo devora. Como muchos líderes reales: te seducen con la palabra, con la presencia, pero cuando miras de cerca, lo que hay es hambre, culpa y miedo.
Yo necesitaba que no fuera ni héroe ni villano. Porque la vida no se divide en blanco y negro, sino en muchos tonos de gris, y Antonio camina por esa escala con una honestidad brutal. Quizá por eso conecta con los lectores: porque se equivocaría cualquiera en decir ‘yo jamás haría lo que él hace’
 
Tu narrativa tiene un tono casi confesional. ¿Escribir estas novelas ha sido una forma de catarsis personal?
Sin duda. No escribo desde la distancia; escribo desde la herida.
Para mí, cada página ha sido una forma de purga, una forma de enfrentar cosas que, de otro modo, no me habría atrevido ni a nombrar. El tono confesional no fue algo premeditado: simplemente no podía escribir sobre estos personajes, sobre sus dilemas, sin mancharme las manos.
La escritura fue mi confesionario. En vez de un cura, tenía al lector. Y en vez de una absolución, lo que busco es que quien me lea se enfrente también a sus propias preguntas.
La trilogía me obligó a mirar hacia adentro, a revisar mis propias contradicciones, mi educación, mis creencias, incluso mi rabia. Así que sí, ha sido catarsis. Pero también ha sido construcción: no solo me vacié escribiendo estos libros, también me encontré en ellos
 


En Bossi: Jaque Mate, Antonio demuestra ser un estratega implacable. ¿Crees que el crimen organizado se parece más al ajedrez que a la violencia directa?
Totalmente. El crimen organizado no sobrevive por la fuerza bruta, sino por la inteligencia. La violencia es solo una herramienta, pero el poder real se mueve en silencio, como en una partida de ajedrez.
En Bossi: Jaque Mate, quería mostrar ese lado frío y calculador del protagonista. Antonio ya no es el joven impulsivo de Padre; es alguien que ha aprendido a mover piezas, a anticiparse, a sacrificar para ganar. En ese mundo, si no piensas diez jugadas por delante, estás muerto.
El narco que grita y dispara muere joven. El que entiende el tablero y calla, ese es el que construye imperios.
Y hay otra cosa: el ajedrez, como el crimen, es un juego sin inocentes. Incluso el peón, que parece débil, puede convertirse en reina si sabe llegar al otro lado. Antonio es ese peón que cruzó el tablero… y se convirtió en algo que nunca imaginó.

Eres un autor profundamente creyente. ¿Cómo conviven en ti la fe y la oscuridad del mundo que retratas?
Con dificultad, pero también con necesidad.
La fe no me aleja de la oscuridad, me obliga a mirarla de frente. Yo no creo en una espiritualidad edulcorada, de estampita y frase bonita. Mi fe es una lucha diaria, un forcejeo con Dios y conmigo mismo. Y esa lucha está en mis novelas.
Cuando escribo sobre el narcotráfico, sobre la traición, la muerte, la ambición… no lo hago desde la morbosidad, sino desde la pregunta: ¿dónde está Dios en medio de todo esto?
Y a veces la respuesta es incómoda. A veces no hay respuesta. Pero ahí es donde entra la literatura: en esa grieta.
Creo profundamente que el mal no anula la posibilidad del bien. Antonio, aunque se ensucie hasta el alma, sigue buscando algo. Quizá redención, quizá perdón, quizá sentido. Como todos nosotros.
Así que sí, conviven fe y oscuridad, como conviven la noche y el amanecer. Y yo escribo desde ese borde, desde esa frontera donde uno se juega el alma.
 



Estás por lanzar el tercer libro, Pablo, el mercenario de Dios. ¿Qué podemos esperar de esta última entrega? ¿Es una conclusión o el inicio de algo más grande?
‘Pablo, el mercenario de Dios’ no cierra una historia: la desnuda.
Es el desenlace de la trilogía, sí, pero no en el sentido clásico de un final limpio y ordenado. Es más bien un estallido. En este libro, la violencia ya no es solo física, es espiritual. Pablo representa ese último estadio del alma cuando lo ha perdido casi todo, pero todavía se aferra a algo —a Dios, al poder, a la lealtad, o a su propia locura.
Aquí los personajes ya no juegan para sobrevivir, juegan por sentido, por identidad.
Y en cuanto a si es una conclusión o el inicio de algo más… mira, cada vez que cierro un capítulo, se me abren tres más. Hay hilos que quedan tensos, personajes que merecen su propia voz.
Así que sí, se cierra una etapa, pero con la puerta entreabierta.
Yo no escribo sagas, escribo universos. Y este universo apenas está empezando a rugir.


Estás dando el salto al mercado americano. ¿Cómo ha sido el proceso de internacionalización de tu obra y qué esperas del público estadounidense?
El salto al mercado americano no ha sido un camino asfaltado, ha sido más bien una travesía por tierra de nadie. Traducir no es solo pasar palabras de un idioma a otro, es traducir el alma de una historia. Y cuando escribes desde lo local —desde el sur de España, desde lo marginal, desde el barro— eso se vuelve aún más complejo.
Pero precisamente por eso creo que mi obra puede conectar con el lector estadounidense. Porque aunque el acento cambie, el fondo es el mismo: el vacío, la redención, la violencia estructural, la búsqueda de sentido en un mundo roto.
El narco en Latinoamérica y en EE. UU. tiene muchos paralelismos con lo que cuento en mis libros. Y creo que el público allí está cansado del estereotipo del narco caricaturesco. Quieren verdad, quieren humanidad.
Mi expectativa no es hacer ruido, es dejar huella. Si un lector en Nueva York, en Miami o en Los Ángeles cierra uno de mis libros sintiendo que algo le rozó el alma, entonces el salto habrá valido la pena


Autores como Elmore Leonard o Don Winslow también retratan el narcotráfico con crudeza. ¿Te sientes parte de esa tradición literaria?
Por supuesto que los respeto y admiro profundamente, son maestros indiscutibles del género. Elmore Leonard con su precisión quirúrgica en el diálogo, Don Winslow con su implacable mirada al sistema… ambos han abierto caminos que han influido a toda una generación, incluida la mía.
Dicho esto, yo intento no ser una copia, sino una voz propia dentro de esa tradición. Mi mirada viene desde un rincón específico del mundo —el sur de España, una realidad menos conocida para el lector anglosajón— y trato de aportar algo nuevo: un enfoque más introspectivo, casi confesional, que mezcla lo psicológico con la acción.
Me siento orgulloso de formar parte de esa línea literaria, pero también de intentar romperla y reinventarla con mis propias herramientas. Porque el noir y la narco ficción son géneros vivos, que deben adaptarse y reinventarse para seguir siendo relevantes.
 



Finalmente, ¿qué representa para ti este momento en tu vida: publicar, expandirte y comenzar una carrera internacional a los 50 años?
Para mí, este momento es una mezcla de gratitud, desafío y una suerte de renacimiento. No es común empezar una carrera internacional a los 50, pero tampoco me lo planteo como un inicio tardío; lo veo como el fruto de años de trabajo, de madurez y de aprendizaje acumulado.
Publicar y expandirme más allá de España es una oportunidad para contar historias que creo que merecen ser escuchadas, para conectar con lectores que no hablan mi idioma ni viven mi cultura, pero que pueden reconocer la humanidad detrás de mis personajes.
A esta edad, también hay menos tiempo para distracciones y más urgencia para decir lo que realmente importa. Estoy en un punto en que la literatura no es solo una profesión, es una misión personal.
Así que, más que empezar, siento que estoy llegando a un lugar para el que llevaba mucho tiempo preparándome.